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La Navidad. Como el Grinch, como Scrooge. Pues, señores: si esperáis que os deseemos felices fiestas por estos días, vais listos. Xavier Dernier se quedará en casa el 24 de noche para repasar un carcomido grimorio que recién ha conseguido, Mimí escapará al abismo y a la oscuridad, Ricardo Tapia se dedicará a pintar un mural sobre la infelicidad humana, Jovita Farahbad buscará un novio para escenificar el nocturno ritual de la alegría fingida en dos espasmos, y Canek Trejo se pondrá a ordeñar a sus vaquitas y a palmearle la joroba a sus cebúes. Paquito, nadie lo sabe.
Ésa es nuestra idea de la Navidad.
Vosotros podéis iros con sus familias a papar moscas, o lo que sea que hagáis por estos días.
Pero vale: pasadlo bien y estad atentos a cuando reiniciemos nuestra diaria costumbre de escribir posts que os provoquen grima y depresión, tristeza y angustia. Porque ésa es nuestra tarea: recordaros, todos los días, que la existencia es una ingrata vigilia de la muerte.
Que se os queme el pavo y que los romeritos os indigesten. Sed infelices.
Baicito.
(TEXTO POR XAVIER DERNIER Y TODO EL EQUIPO EDITORIAL DE
ELODIOblog)
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La bonita tradición de hacer regalos navideños, y la más linda todavía preocupación de Mimí, la Mujer Barbuda, por salir a comprarlos justo el día 22, cuando todo el mundo parece infestado de una plaga horrorosa de seres humanos que no se controlan ni con pepytine al 24 por ciento.
Si andáis en la calle por estos días, cuidaos de no usar el puente peatonal: entre más de vosotros mueran pronto, mejor para los que paseamos por allí.
Gracias.
Cerdos.
(TEXTO POR XAVIER DERNIER)
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Un tal Iván González Vega, ser de entraña putrefacta y estampa incorrecta, quien tuvo a mal publicar hoy, para tormento del mundo, la siguiente columna en el periódico
Público-Milenio, de Guadalajara, donde esperemos que nadie la lea. Sin embargo, como os odiamos, os la colocamos aquí, para que podáis sufrir en prolongada agonía.
Por cierto que el hombre publica con cierta frecuencia. Si os mueve a perversión frecuentar los textos de tan abominable ente, iros a comprar el periódico. Siete pesitos, moneda nacional.
Ciudad de sospechosos
La publicidad del saliente Ayuntamiento de Guadalajara ya invadió el centro de la ciudad. Hay unos pendones colgados en postes sobre fondo azul donde se presume los avances en seguridad pública. En unos aparece el alcalde Garza y en otros, sujetos a los que hay que suponer delincuentes. Uno es un hombre ataviado como “cholo”, con un paliacate rojo en la frente. Otro es un hombre de camisa blanca sin mangas. Tatuados, morenos, medio sonrientes. En los textos, se quejan de que el ayuntamiento “ya no deja chambiar” porque cada día es más difícil robar en la ciudad.
La seguridad pública es una cosa frágil, y la publicidad del Ayuntamiento no le ayuda en mucho. Sus personajes son anónimos, pero van vestidos de delincuentes confesos, y la caracterización es harto ilustrativa: una buena cantidad de hombres tapatíos viste como los de esos carteles. Suba al tren ligero y encontrará adolescentes, jóvenes y adultos vestidos como esos dos delincuentes. Use un minibús o un camión y seguro viajará junto a ellos. Andan en la calle y están en los negocios, en los cines, en los centros comerciales y en sitios públicos.
Si hacemos caso a esa publicidad, Guadalajara está llena de delincuentes en potencia. Si uno se fija bien, todos esos señores morenos y de camisa blanca que se encuentra en la calle tienen una mirada torva y sospechosa. Y los chicos en los camiones que se ponen paliacates han de ser homicidas y secuestradores: parece que se comportan como ciudadanos decentes, pero abrigan intenciones criminales. Quién sabe si en medio de ese kilo de tortillas no llevarán un arma blanca. Los adolescentes de mochila no cargan libros, sino varias toneladas de vegetal verde. Ese tatuaje de la Rana René parece inocente, pero indica que estuvieron en la penal. De hecho, si uno se lo piensa, cualquier persona medio parecida a los delincuentes de las fotos del ayuntamiento puede ser un ladrón.
La propaganda del gobierno de Guadalajara pretende espantar a los delincuentes —cosa inútil porque un delincuente es alguien que no tiene miedo de la autoridad—, pero también consigue propagar el temor público contra otros habitantes de la ciudad: todos esos de aspecto sospechoso. La única solución posible es que proscriban con una ley el uso de prendas de vestir como las que usan los criminales —es que el ayuntamiento podría alegar que así se visten los que suelen ser objetos de arresto, pero por supuesto es un argumento insuficiente—.
Hay otra: que repartan arcos y flechas para que los demás podamos defendernos del peligro, a menos que se considere que todos somos presuntos delincuentes.nn